LA HISTORIA DE UN PADRE QUE CONVIRTIÓ SU AMOR EN UNA AVENTURA
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martes, 12 de julio de 2011

“EL QUE VIVE EN EL MAR, VIVE FELIZ"

Durante la visita de Pedro González-Rubio al Festival de Cine de San Francisco, en donde ganó el premio a Mejor Nuevo Director, el director de Alamar fue entrevistado por Iñaki Fernandez de Retana del periódico bilingüe El Tecolote:

Iñaki- ¿De dónde eres? ¿Dónde estudiaste cine?
Pedro- De todas partes. Soy de la Ciudad de México, pero he vivido en Playa del Carmen siete años, que está cerca de Banco Chinchorro. Estudié cine en Londres.

UNESCO declaró a Banco Chinchorro reserva natural en el año 1996, lo que despertó interés en preservar la naturaleza de este lugar tan bello. ¿Tuvo esto que ver con el escoger esta localización para tu película?
Escogí esta localización, no por fines políticos ni ideales ecologistas. Yo no soy ni ambientalista ni ecologista. Fue más por el lugar y la manera en cómo viven sus habitantes, los pescadores allí. Mi fascinación surgió de ver cómo vivían.

Un interés etnográfico…
No, mucho más estético. Ésa fue mi decisión por filmar ahí. Y la manera en cómo viven, cómo tienen los ‘palafitos’, las casas encima del agua. Siento que esa estética refleja varios simbolismos que quería retratar. Como el regresar al origen y estar rodeado de agua, como si fuera el vientre de la madre. Y el palafito fuera como un ombligo y todo lo demás agua.

En tu película no hay mucho diálogo, dejándose mucho abierto a la interpretación. Por ejemplo la relación de Natan con el abuelo, el padre de Jorge. Aunque se ve en la película, la relación se muestra sin palabras. ¿Lo hiciste a propósito?
Yo no trabajé con un guión. Tenía una escaleta, que era como una columna vertebral de donde partía la historia a donde terminaba. Y no escribí diálogos. Los personajes se interpretan a ellos mismos y lo único que hago es juntar varios elementos. Al abuelo lo conocí cuando estaba buscando la localización. Y después conocí a Jorge. Inicialmente iba a ser una historia distinta, pero cuando conocí a Natan, sabía que iba a ser la historia de despedida de un padre y un hijo.
Me enfoqué en la pesca diaria, y a partir de ahí fui tejiendo sutilmente la historia dramática. No me interesaba sobre explicar ni la despedida, ni la situación, ni las relaciones. Sino simplemente cómo cada cosa, cada personaje, cada localización, cada elemento es símbolo de algo más grande.
Está el hombre en sus tres facetas: el hombre viejo, el hombre joven y el niño. Y cada uno cumple su función. El sabio, el hombre joven que está como perdido y regresa a sus orígenes para recordar lo que ha olvidado, y su hijo que viaja a este lugar para descubrir e iniciarse en un mundo ancestral que ha ido de generación en generación.
Pero no el caso de ellos en específico, sino de la humanidad en sí. La pesca es una de las actividades más ancestrales, más antiguas del mundo. El significado de estas actividades tan humanas se está perdiendo día a día, está siendo devorado por la industria. Como dice Natan en la película, que en Italia no se pesca, que el pescado se compra.

La naturaleza es muy importante en tu película. ¿Cuál fue tu intención al seleccionar este tema?
Yo quería que la gente estuviera inmersa durante la duración de la película. Que fueran mojados por el mar, por la brisa; que sintieran el calor, el sol, la arena; que sintieran las hormigas caminando por la madera. Quería hacer una película de sensaciones.
Recuerdo la infancia con un poco de nostalgia. Un nostalgia positiva. En esa etapa viví algo…, descubrí tantas sensaciones, y todo era tan… Los colores eran muchísimo más brillantes que hoy en día para mí. La temperatura… Todo tenía una dimensión muy grande, como a flor de piel. Y recuerdo esos momentos como algo que estuvo, que es parte de mí y quizás como adulto no puedo volver a sentir esos momentos al descubrir tu alrededor.
Quería explorar eso a través de esta película, esos sentimientos, esas sensaciones. Y al final termina como una burbuja rompiéndose.

¿Experimentaste con algo en “Alamar”?
Las tomas submarinas fue algo nuevo para mí, y dirigir bajo el agua. Fue muy complicado. También experimenté haciendo las mismas actividades que mis personajes. Era como parte de la familia, yo también pescaba… Y creo que eso me permitió tener mucha más intimidad con la historia y con los personajes, y poderme acercar más con la cámara. Ah…, y también editar, porque es la primera vez que edito una película.

¿Podrías hablar un poco de la industria cinematográfica mexicana?
Comparada con la industria estadounidense es muy pequeña. Pero para ser un país latinoamericano creo que en Argentina, Brasil y México es donde más cine se produce. Es interesante ver que muchas cintas mexicanas están obteniendo reconocimiento alrededor del mundo. A la gente sí le gusta nuestro cine. Al no tener grandes presupuestos, nos permite explorar nuevas formas de hacer cine. Y de ahí surgió “Alamar”. Se hizo con muy poco presupuesto. En video, con un crew de dos.

Visualmente la película se ve muy completa, para haber sido rodada con un crew de dos personas. 
¿Qué tanto difiere el resultado final a como te la imaginabas antes del rodaje? Por ejemplo “Blanquita”, eso fue algo que pasó naturalmente, fue un pajarito que se apareció y decidisteis incluirlo en la película.
Tenía una estructura, un tratamiento. Pero yo no me amarro a algo completamente estructurado a priori. Consiste en estar atento a todo lo que hay alrededor. Nada es de chance, todo es destino. Yo llevo cinco años haciendo documentales y no es by chance. No todo planeado tampoco. Es parte del destino de uno.

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